El juego que aquí se presenta es como la vida misma, un calidoscopio desordenado de cristales a veces feroces, dulces, apáticos, críticos y felices y en medio de esta maraña podemos distinguir los flotadores a los que se agarra el autor, tan náufrago.
Ante todo son historias del hambre, el hambre de belleza y de verdad, un hambre que se apodera de la pequeña vida cotidiana y la zarandea.
Alejandra Ligero