Buena señal (no todo van a ser malas noticias). Cuando un teatro público abre sus puertas a una compañía joven, y a una sala independiente como la FlyHard, es que algo funciona. Montjuïc, así, acoge la exitosa pieza de Marta Buchaca, Litus, que ella misma dirige con inteligencia y precisión.
Un joven se suicida. Su amigo, su compañero de piso, su ex novia, el hermano, y con el que compartía grupo de música, quedan para realizar una suerte de homenaje en forma de cena. Supuestamente, ha dejado una carta escrita para cada uno de ellos. Un comedor es el único escenario por el que se mueven los actores. Los diálogos, pensados al milímetro, transcurren con esa magia tan difícil de conseguir en el teatro: la aparente naturalidad. Buchaca ha tejido un reloj con una maquinaria textual casi perfecta. El tempo y el tono van de la mano.
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