El escritor argentino Roberto Fontanarrosa, en su mítico cuento ‘Viejo con árbol’, va relacionando movimientos futbolísticos con disciplinas artísticas. Así, describe “la continuidad de la nariz con la frente. La expansión pectoral. La curvatura de los muslos. La tensión en los dorsales…” como la escultura, que podemos encontrar dentro de un terreno de juego. “El relumbrón intenso de las camisetas… el contraste con el azul de Prusia de las camisetas rivales… Las manchas ágiles ocres, pardas y sepias y Siena de los mulos, vivaces, dignas de un Bacon…” es, por su parte, la pintura. “El salto al unísono, el giro en el aire, la voltereta elástica, el braceo amplio en busca del equilibrio” es la danza. Por otro lado, “la percusión grave de la pelota cuando bota contra el piso, el chasquido de la suela de los botines sobre el césped, el fuelle quedo de la respiración agitada…” es, de este modo, la música. Y el teatro lo encontramos en “ese delantero de ellos que se revuelca por el suelo como si lo hubiese picado una tarántula, mesándose exageradamente los cabellos, distorsionando el rostro, bramando falsamente de dolor, reclamando histriónicamente justicia”.
El relato termina con los insultos del espectador al árbitro por un penalti señalado injustamente, en los que se muestra, con un gran ejercicio de ironía, lo que tiene el fútbol de visceral, de irracional, de “Panem et circenses”. Pero más allá del lado más tosco que tiene este deporte – que se hace evidente en según qué tertulias – lo cierto es que podemos ver similitudes, puntos de conexión, entre algunos campos artísticos y el fútbol. No en vano, el periodismo deportivo clásico no es menos narrativo, literario, que cualquier otro. Y muchos escritores se han interesado por la belleza que se transmite desde el deporte. Sólo por citar algunos casos, Cortázar y su fascinación por el boxeo, Paul Auster y el béisbol, o ya, aquí, el gran Manuel Vázquez Montalbán y su pasión por el fútbol.
Una relación llena de prejuicios
De todas formas, esta comunión con el mundo intelectual, en España, no siempre se ha dado. Después de una negra dictadura, en la que se utilizó el fútbol como símbolo del poder del régimen – y la copla, y tantas otras cosas… – son muchos los pensadores y creadores que se quisieron desmarcar – por utilizar un símil futbolístico – de lo que el balompié significaba. Pero, los años pasan, y algunos prejuicios, aunque muy arraigados, van cayendo. No es poco significativo, por ejemplo, que Vicenç Villatoro ganase el Ramon Llull el año pasado con una obra como ‘Tenim un nom’, una historia de un padre y un hijo que retoman su relación a través de su amor por el equipo azulgrana.
No sólo ha sido el paso del tiempo el que ha conseguido derribar según qué muros. El fútbol, y sobre todo la filosofía que ha conseguido instaurar Pep Guardiola en el club – utilizando, sin duda, una herencia aprehendida de Johan Cruyff –, nos hace cuestionarnos si no estamos hablando de algo más que un deporte.
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