La mancha de Albert Lladó habla de resistencia, de compromiso, de valentía. Pero también hace alusión a las grietas que todos tenemos en el alma. Es una obra hermosa, profunda, filosófica.
Álvaro Colomer. Tendències, El Mundo.
Una pequeña grieta en la pared acaba cuestionando todo un sistema y desemboca en violencia social. La grieta, de fácil arreglo, aparece en el piso de un inquilino, y por él pasan técnicos, arquitectos, la propietaria del inmueble y el administrador del edificio sin que nada se resuelva, dejando que la grieta y la humedad que se cuela creen una mancha que devora el piso y las vidas del inquilino y su novia. Es La mancha , la primera obra teatral del periodista Albert Lladó (Barcelona, 1980) y la primera surgida del Buzón de textos que creó el TNC de Xavier Albertí para descubrir nuevos talentos. Desde hoy y hasta el domingo la Sala Tallers acoge una lectura dramatizada dirigida por Jordi Prat i Coll a la que dan vida Muntsa Alcañíz, Oriol Guinart o Marc Martínez.
Una obra cargada de ideas -Lladó estudió Filosofía- y frases contundentes, con un estilo de escritura barroco y deudas con el universo de Albert Camus, sobre todo con El hombre rebelde «por sus reflexiones sobre el complejo límite entre la rebeldía y la revolución», dice Lladó, que recuerda a un Camus que «criticó el capitalismo más salvaje y el comunismo, que no buscó el aplauso fácil como Sartre». «La mancha es un homenaje a la disidencia, hay que ser disidente, sobre todo de uno mismo», sentencia.
Pese a todo, el autor confiesa que la obra nació de una grieta real en su casa, y de visitas inútiles de técnicos, propietarios y administradores. «La arreglaron tras año y medio», dice, y explica que a partir de ahí creció una pieza que pasa de un conflicto de pareja a un terreno simbólico donde acaba surgiendo la palabra guerra. Una obra que habla, dice, «de la corrupción del sistema, pero no sólo la de banqueros, sino la de todos, porque por acción u omisión la hemos permitido». En ese sentido, apunta, habla de la corrupción no en sentido penal sino de compromiso ético, entendido como lo necesario para que el sistema se regenere. «La obra trata de cómo pasar de individuo a sociedad sin renunciar a ninguna de las dos cosas y sin caer en la masa: sin dejar de ser uno mismo y estando comprometido con la idea de ciudad, hoy en crisis, como muestran los cambios políticos en Madrid y Barcelona, que señalan que la idea de ciudad no puede ser céntrica sino periférica. Pujol o Maragall se pateaban pueblos y calles, el establishment lo olvidó y la periferia ha pedido en estas elecciones recuperar la voz», advierte. En ese sentido, acaba, «La mancha es un grito contra los peligros del desmoronamiento del sistema, que siempre es posible evitar, como la grieta inicial.
Una grieta en el muro, por Justo Barranco. La Vanguardia.
PRENSA:
- Entrevista en Revista de Letras. Por Diego Giménez. «El compromosio es luchar contra los propios prejuicios».
- Les esquerdes del sistema. Crítica de Aída Pallarès. Revista Núvol.