Bildungsroman, que se puede traducir como novela de formación o de aprendizaje, es uno de los términos técnicos más antiguos de la novelística, quizá porque prácticamente nació pegado a la novela. El vocablo se acunó en 1820, casi al cierre del Romanticismo como género, y aparece por primera vez en un texto crítico del filólogo Morgenstern para referirse a una novela de Goethe, Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister, una novela de finales del XVIII, que aparece como un hermoso remache de las desventuras de Werther.
Y aparece tan pronto el término porque la novela como género contiene dentro el germen de la novela de aprendizaje, ya el Lazarillo de Tormes era un claro ejemplo de este subgénero que suele crear desarrollos muy atractivos; los personajes crecen y maduran en los ojos del lector, empatiza el que lee con ese protagonista que se ha convertido en un hombre en un centenar de páginas, sufre el lector con los peligros que le acechan, recuerda sus primeros amores en las aventuras románticas del joven héroe… La novela de aprendizaje ha sido un subgénero de éxito al que la novela debe buena parte de las mejores piezas de los últimos dos siglos como son El gran Meulness, Rojo y negro, Los miserables, Los niños terribles… Hesse, Proust, muchos han bebido de esta fuente inagotable de argumentos.
Aparece la novela de Albert Lladó como un estupendo exponente de esta herencia de varios siglos. Albert, protagonista-trasunto del autor, entra en la novela a través de una experiencia traumática y aborda su llegada a la gran ciudad, en este caso Barcelona, como una gran oportunidad para desembarazarse lastres personales que arrastra de su pueblo natal. La tragedia está al principio, se diría que marcando de esta manera a fuego el carácter algo huraño y melancólico del protagonista.
En lo estilístico Lladó transfiere las vivencias del personaje de forma nítida: capítulo corto, frase breve y párrafos muy ceñidos, una forma para trasladar el pensamiento y las acciones del personaje de una forma frenética, con un ritmo que recuerda mucho al de Pío Baroja, que se diría que es uno de los modelos estilísticos de Lladó. Porque en La puerta encontramos toques que conectamos mentalmente con La busca y El árbol de la ciencia, se diría que Albert es un pariente próximo del Manuel y Andrés de estos dos libros, que pocas novelas de aprendizaje encontramos más claras que las primeras de este escritor.
Y nos puede recordar con más fuerza a estas obras porque el protagonista, pese a estar situada la acción en el presente o en un pasado inmediato, parece vivir en un limbo temporal. Apenas se destila de la narración algún elemento que emparente a la novela con la actualidad, con el mecanicismo, internet o el mundo relacionado con las nuevas tecnologías. Incluso la ambientación- apenas se mueve de la Barcelona antigua de las calles Carme, Hospital o del Raval- parece colaborar a esta suspensión temporal. El protagonista vive en un mundo clásico (amurallado como las antiguas rondas cerraban la ciudad) del que se alimenta con una curiosidad de esponja, porque el protagonista tiene interés por todo, por el cine, el arte, la literatura, el jazz, la filosofía, se rodea de estudiantes ebrios de saber y experiencias como él en una Barcelona que muy a menudo recuerda al París existencialista de Les Deux Magots y del Flore.
Las brújulas del protagonista en esta Barcelona apática y algo decadente serán dos figuras- una real y otra imaginaria-, dos escritores: Jesús Lizano y Julio Cortázar. El primero será una suerte de soporte vital, un modelo ideológico; el segundo es el modelo literario a seguir. Nos dice Dumas que la juventud no puede soportarse sin un ideal o un vicio y en este caso su amor por Blanca y una enramada ideológica cada vez más densa es el soporte de nuestro protagonista en los momentos de apuro.
Lladó nos deja con La puerta una primera novela llena de encanto y aciertos, de lecturas bien filtradas. Una novela que tiene un desarrollo atemporal porque sabe que lo temporal ha de acabar siempre en fracaso y en anécdota, una novela que sabe que en los universales-el Arte, la amistad, el amor- está el mejor lenitivo para combatir la apatía y el desasosiego.
Fernando Clemot
PRENSA:
- La ciudad como maestra. Artículo de Carles Barba (Cultura/s, La Vanguardia).
- «El autómata es el soldado del instante», entrevista de Ricardo Iván Paredes (Pliego Suelto).
- «Un viaje por estas notas de una vida que no dejan de ser apuntes de luces y ausencias, de ilusiones y añoranzas. De esperanza y realidad», una lectura de Roger Simeon.
- «Barcelona se ha construido a través de lo canallesco», entrevista de Berta Ares (Revista de Letras).
- «Me proponía escribir muchas novelas en la mínima novela posible», entrevista de Anna Maria Iglesia (Revista de Letras).
- Diez apuntes sobre La puerta. En el blog de Jordi Cervera (Catalunya Ràdio).
- «Somos autodidactas que salen de las tinieblas». Reflexiones de Joan Flores a partir de la novela.
- Sobre los símbolos. Texto de Eleazar Herrera.
- Sobre la masonería. Texto de Julio Arrieta.
- Banda sonora: Gatica, Ellington, Patti Smith… (escuchar aquí).