Una fotógrafa que organiza una cena con antiguos compañeros del pasado. Un político corrupto, una fugitiva – que buscando el camino de la utopía cae en la redes del terrorismo -, una burócrata autonómica, un dibujante, y dos fantasmas – Fluxus y la señora Cogito – son los comensales invitados. Con estos ingredientes, Mercè Ibarz aborda un retrato generacional que, sin nostalgias ni idealizaciones, va dibujando los vaivenes de los años, los viajes de ida y vuelta, y el recuerdo de los que nos han dejado por el camino, aunque nunca lo hacen del todo.
En No parlis de mi quan me’n vagi, el lector encontrará el ambiente de los grupos clandestinos de la Barcelona de los años setenta, en los que “estava prohibit ser reaccionari, per sobre de qualsevol cosa. I, a la vegada, calia reaccionar constantment”. Y es que Ibarz muestra cómo esos pisos de estudiantes, de jóvenes que venían de fuera de la ciudad, se convertían en espacios en los que se hablaba constantemente de libertad sin saber exactamente qué significaba el término, bajo unas prisiones propias que, para escapar de lo gris de la época, se habían impuesto en la intimidad. Hacer lo que se debía hacer. Una revolución colectiva, sin trayectos para el individuo. Una transición llena de claroscuros.
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