¿Por qué alguien como Michelangelo Buonarroti, maestro de la pintura, la escultura y la arquitectura, reconocido en todos los ámbitos, necesitaba escribir versos en su soledad cotidiana? Miquel Desclot ha querido redescubrirnos a este gran artista con una inmensa labor de traducción (ha tardado quince años) al catalán en Sol, jo, cremant a l’ombra, que sale a la luz gracias a Edicions Vitel·la.
La poética de Miguel Ángel, que jamás publicó en vida, y que ha sufrido el olvido de los académicos durante siglos, se escribe en “estado salvaje”, como diría Mann, y tiene que ver mucho más con las necesidades estéticas, artísticas, que con el trabajo del artesano, aunque sea de la palabra escrita. Sus versos son rugosos, sin pulir, y desprenden la fuerza descomunal de quien se ha convertido en la perfecta representación del genio creador. Conocedor de la obra de Petrarca y Dante, Michelangelo nos habla del amor desde todos sus matices, de la espiritualidad del que se sabe finito, y refleja el humanismo renacentista que siempre respiró desde su infancia. Esculpe versos, pinta metáforas, construye una musicalidad personal e intransferible.
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