El ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, recientemente definía el grafiti como una forma de “violencia”. Mientras, la editorial Capitán Swing publica Getting Up (“Hacerse ver”), auténtica biblia de este tipo de arte urbano que Craig Castleman, junto a las imágenes de Henry Chalfant, sacó del ostracismo académico en 1982. Más allá de las generalizaciones, de los prejuicios y de las cortinas de humo, hablamos con Fernando Figueroa, doctor en Historia del Arte y experto en el tema, que se ha encargado de la introducción de la reedición con un título bello y clarificador: “Cuando los túneles de la memoria rebosan color”.
¿Qué supuso la publicación de Getting Up, en 1982, tanto para los practicaban el grafiti como para la Academia?
Fue la oportunidad, para los que eran ajenos, de conocer y comprender de primera mano y de boca de sus protagonistas qué era ese fenómeno llamado Writing. Poder observar especialmente su lado humano, la fraternidad y la cultura que se iba forjando alrededor de ello y todas las implicaciones sociales y políticas que afloraban en torno suyo. Al tiempo se convirtió en una especie de “evangelio”, de libro de referencia fundamental, para aquellos más inquietos que se sumaban a practicarlo fuera de Nueva York con la idea de entroncarse lo más fielmente a su filosofía, admirados por ese extraordinario fenómeno y deseando emular a sus protagonistas y construir una tradición.
Solemos hablar de grafiti para generalizar, pero el libro pone especial atención en el Writing. ¿Qué es exactamente?
Writing era uno de los términos con que los writers llamaban a lo que hacían, como también era Getting-up, el título original del libro de Castleman. La etiqueta de Graffiti se puso después e hizo fortuna cuando se presentó dentro del paquete cultural del Hip Hop. En sí, con Writing nos referimos al tagging (las firmas) y el conjunto de tipologías derivadas y a su desarrollo estilístico. En general lo que entendemos hoy por Graffiti es el desarrollo del Writing tras el nacimiento del Subway Graffiti. La palabra graffiti venía a asociarse, por tanto, con la vertiente más claramente artística del Writing, lo que algunos writers preferían llamar Aerosol Art por considerar que graffiti era simplemente una etiqueta impropia, impuesta y, finalmente, un mero reclamo comercial. En todo caso, se puede entender en concreto como Writing a esa primera fase del Graffiti en Nueva York y Filadelfia.
Capitán Swing reedita ahora el libro en castellano, con una nueva traducción de Nacho Villar, justo cuando el ministro de Interior ha calificado al grafiti como “violencia”. ¿Qué le parecen estas declaraciones como experto en la materia?
El ministro se acoge a la consideración de violencia simbólica que conlleva el grafiti para integrarlo dentro de un conjunto de manifestaciones incívicas. Algún estudioso entendía que el grafiti era la expresión más mínima de la violencia, incluso podría verse como una manera ingeniosa y civilizada de eludir el enfrentamiento físico, tan bárbaro. En todo caso, su visión se comparte en ciertos sectores políticos y sociales, ajenos a la calle y al conocimiento integral de nuestra sociedad y nuestra cultura. Incluso, esa visión parece incidir en ampliar el monopolio de la violencia atribuido al Estado o de legitimar el control por la Administración pública.
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